martes, marzo 21, 2006

A contrapelo

En la negrura de la distancia, nadie distingue.
Nada se puede distinguir entre la oscura espesura que dibuja apenas un recorte, allá, cerca de lo que tus sentidos, y tus pies, dicen que es un repecho en el camino.
Hace tiempo que sigo el camino, ora dias, y más dias, y puesto que no tengo nada en la alforja llevo un paso vivo, de redoble de tambor. Mis labios, ajados, demasiado sol, demasiada sombra, se curvan para apenas resollar en un tenue silbido que tinta un valor falso en las notas malparidas.
Nunca he silbado con más falaz gallardía para matar el miedo que me atenaza, que respiro continuamente, y que no había notado nunca tan intensamente a pesar de haber nacido con él.
Efectivamente, y a pesar de no ver que pie pongo delante del otro, lo que antes era pura intuición ahora se confirma, estoy subiendo.
En una de esas un torrezno reseco me hace trastabillar, dejo de silbar y me venzo hacia delante tratando de compensar la momentanea perdida de equilibrio. Caigo con toda la pesadez de la oscuridad. Las piernas siguen andando aún.
Jadeo en el suelo, más de miedo, la oscuridad parece más temible cuando te quedas esperandola.
Oigo silbar. Junto los labios para demostrarme que no soy yo, que sigo agazapado, y el miedo que no me deja.
En la parte alta del camino hay un fuego, y alguien está silbando con firmeza el Sultans of Swing, azuzando las llamas, apenas se le distingue.
No se como me fui arrastrando entre matojos, malas hierbas y frio, que me dejaba como muerto en cada espasmo que me hacía recorrer poco a poco los metros que me faltaban para entrar en el circulo que dejaba la vista la hoguera de la figura erguida y cantarina.
Quedé como aturdido, pues la última parte del camino no fue grata, y de puro reseco tenía los labios marrones y la lengua arcillosa. Pero la figura no daba muestras de haberse enterado de mi presencia.
-Si has llegado hasta aquí, viajero, puedes compartir el fuego con nosotros.
No era la voz que oía la que debería haber pronunciado aquella figura, por contra, a la segunda me di cuenta que lo que era un viajero solitario se había convertido en dos más, haciendo tres y, ya no más solitario.
Allí permanecí sentado, entre los tres compañeros, con las llamas besando el rabillo de las estrellas, que ahora si que se veían. La brisa que nos acompañaba, descarnaba las brasas de la hoguera mientras nos mecía en el descanso.
La figura que había divisado, me dijo, "Toma, es un artículo de Reverte, reconforta. El camino es largo y tenemos que llevar lo justo, toma todo aquello que creas, y en lo que creas."
Las cuatro sombras cimbrearon en el resplandor de la hoguera.
"Vamos fiel infantería, que por algo somos la mejor del mundo", fue la última frase que pronunció mi misterioso compañero antes de que el manto de la oscuridad se nos tragase otra vez.

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