miércoles, marzo 02, 2005

Señor juez...

Ahora sí que no entiendo nada.
Supongo que no es la ortodoxia la que guía mi pluma en estos momentos tan trascendentales, pero no encuentro otra manera de comenzar mi carta de despedida de este mundo.
Supongo que usted, señor juez, que viste y calza de una manera tan preclara, sabrá comprenderme.
Todo comenzó cuando, despechado por la última subida del gasoleo para triciclos, decido adoptar una postura nihilista y me afilio a un partido político, cuyo nombre tan solo de recordarlo, no quiero ni acordarme siquiera (cosa que ocurre despues de haberlo pensado lo que hace que la lengua se me ponga azul turquesa y me salga humo por el oido izquierdo).
Me dirijo, todo ufano, a la sede por vez primera, en un edificio multiuso, y acabo en una conferencia de desarme para niños procaces, pues un servidor nunca ha sabido retener las siglas, y a todo ser vivo que preguntaba por la situación geográfico-arquitectónica de mi partido, me contestaba con algo semejante al Morse, que yo, desgraciado, no podía entender, y tan solo asentía sonriendo como un pobre imbecil.
En una de estas salmodias, mi asentimiento fue tan energico que mis gafas aparecieron en un ficus, en la esquina opuesta del pasillo.
Me repuse como pude, gracias a la amabilidad de unos ciudadanos que atraparon al joven que se llevaba mis gafas a la carrera, mientras yo, luchaba a brazo partido con un geranio gigante.
Casi estaba por abandonar; el geranio me había puesto un ojo morado, y cada vez que encontraba a alguien por los pasillos, lo intentaba abordar con prudencia, escarmentado como estaba y sin haber aprendido todavía el ignoto idioma de aquel edificio. Pero pareciase que yo provocaba más miedo que ellos a mí, porque lo que comenzaban siendo prudentes retiradas se convertían en huidas nada disimuladas, nada más me acercaba, tartamudeando las siglas de mi partido, con las manos extendidas hacia el desprevenido "vecino", guiandome, con el ojo bueno.
Tenía que pensar con frialdad, no dejarme llevar por el pánico, así que mi conclusión fue clara: aullaría "socorro" de manera desaforada, con lo que sin duda, llamaría la atención de alguien y me sacaría de aquel nido de scrabble hindú.
Así lo hice, aunque de pronto, un tio con una navaja de afeitar del tamaño de un tractor ucraniano me obligó a callar y también a "darle el peluco" y los zapatos.
De esa guisa, caminando hacia el piso vigésimo, me doy de bruces con dos guardias de seguridad; me obnuvilo, es tanta mi alegría!! que lo único que hago es ponerme a silbar y a gorjear "Madame Butterfly". Incomprensiblemente, se ponen a perseguirme, yo corro, acelero la marcha y corro!!, pero los calcetines me juegan una mala pasada y resbalo sobre una puerta con unas siglas fatídicas, que bién podrían haber sido hebreo que jerga de mi barrio. De pronto me encuentro en un balconcito lleno de gente, no puedo parar, es demasiado tarde y a cincuenta por hora caigo a la sala inferior entre los alaridos de las señoritas y los chillidos de los señores.
No recuerdo nada más.
Luego me dijeron que al final encontré la sede del partido al cual, en mala hora, me había afiliado.
Aterricé sobre el cuello del secretario general cuando se disponía a leer su proclama, lo cual suscitó vítores y maldiciones a partes iguales.
Me han expulsado del partido porque dicen que he dejado a su lider como para presentarse a las locales.
Me quitan lo que más quiero, pues no se vivir de otra manera.

Por eso he tomado la decisión de afiliarme a la competencia.

A quién interese.

Adiós mundo cruel!!!!

PD:
Señor juez, hace el favor de reenviar toda mi correspondencia a la habitación 23 del Hotel "Sandía Feliz", en Fidji.

1 comentario:

Isthar dijo...

Eres genial ;)

Siempre consigues hacerme reír ...